Kaprow y la voluntad del arte
El 28 de febrero de 1897, Tolstoi escribió en su diario:
Yo estaba limpiando la habitación y, al dar la vuelta, me acerqué al diván y no podía acordarme si lo había limpiado o no. Como esos movimientos son habituales e inconscientes, no podía acordarme y tenía la impresión de que ya era imposible hacerlo. Por lo tanto, si he limpiado y me he olvidado, es decir, si he actuado inconscientemente, es exactamente como si no lo hubiera hecho. Si alguien consciente me hubiera visto, se podría restituir el gesto. Pero si nadie lo ha visto o si lo ha visto inconscientemente, si toda la vida compleja de tanta gente se desarrolla inconscientemente, es como si esa vida no hubiera existido.
Esta famosa nota de Tolstoi inspiró la teoría del formalista Viktor Shklovski, uno de los críticos literarios más importantes, conocida como “El arte como artificio”. Para el crítico ruso, el arte nos libera de la consciencia adormecida que nos produce la rutina y de su “automatismo perceptivo”, nos devela una dimensión inesperada de los objetos y acontecimientos que vivimos diariamente, como la violencia o las relaciones humanas como el amor o la amistad. El arte es una percepción en sí, no presenta una copia de la realidad, sino que la recicla y, más que darle un nuevo sentido, la recupera. Para lograrlo, el arte y la literatura siguen diferentes procedimientos o estilos, es decir, no se limita a imitar la realidad, sino que la incorpora como un mecanismo de extrañamiento o distanciamiento.
Esto precisamente se me vino a la mente cuando leí Ensayo sin título y otros happenings de Allan Kaprow debido a las grandes similitudes que hay entre la nota de Tolstoi, Shklovski y las propuestas del artista nacido en New Jersey. No entraré en enredos conceptuales ni en teorías del arte postmoderno. Lo que más me llamó la atención de Kaprow fue su voluntad por hacer algo diferente en una época en la que todo parecía estar hecho. Muchas veces, dice Camus, nos asombramos de la majestuosidad de una obra, de su maestría técnica y de su perfección casi imposible, pero olvidamos todavía algo más sorprendente, que es la voluntad para llevarla a cabo. Ensayo sin título da cuenta precisamente de la voluntad de Kaprow para generar algo diferente cuando el ready-made y Duchamps gobernaban los ámbitos de la creación estética.
Sin embargo, para Kaprow el proceso del arte se dirige al lado contrario de lo que dijo Shklovski: Kaprow no quiere la reinvención de la realidad, no quiere convertirla, a través de ciertos dispositivos como el ready-made, en una pieza de arte. Kaprow tomaba ciertos acontecimientos mínimos de la existencia para representarlos dentro de contextos que tampoco eran lugares establecidos para la exhibición o producción del arte como museos o galerías, un procedimiento que, por otro lado, ya era exclusivo del ready-made y que Kaprow entendió en su momento como algo ya muy explotado en su tiempo: ¿para que seguir estetizando objetos? Un hombre caminando en la calle, al igual que miles de otras personas a su alrededor, sin nada especial, sin un atuendo llamativo, sin ninguna intención de individualizarse y separarse de la masa, un hombre que camina por la calle sin otro fin distinto que el de sus conciudadanos, era una pieza de arte para Kaprow. El arte consistía, como dice Tolstoi, en percibir a este hombre: sus gestos, sus pasos, la forma en que esquiva a las demás personas.
En sus “Lineamientos” para los happenings Kaprow asevera casi con las mismas palabras del escritor ruso: “Todos hemos experimentado cómo, cuando estamos ocupados, el tiempo se acelera, y cómo, por el contrario, parece alargarse hasta mantenerse casi estático cuando estamos aburridos. El tiempo real siempre está vinculado a hacer algo, a actividades de algún tipo, de manera que está ligado a cosas y a espacios”. De esta forma, el artista, más que ser el reinventor de un nuevo objeto para instalarlo en el mundo, “es el tejedor de visiones imposibles y, por lo tanto, el creador de la realidad”. Señala lo que está allí, pero que de alguna misteriosa forma ya no percibimos y lo evadimos diariamente, como una masa invisible y hueca que nos estorba y aun así somos incapaces de mover.
La idea del happening le vino a la mente a Kaprow una mañana en que se cepillaba los dientes: comenzó a percibir esa inocente tarea desde una mirada consciente y artística. Cayó en la cuenta de que su vida cotidiana le pasaba desapercibida, ignoraba los insignificantes rituales, los pequeños temblores de su cuerpo, el movimiento de su codo cuando se cepillaba. Más que introducir el arte en la vida o viceversa, Kaprow quiso hacer de la vida una percepción artística para derrumbar las fronteras de los discursos. Y, siendo más extremista, quería eliminar esa etiqueta de arte: “En lo personal, no me importaría si [al happening] lo llamaran deporte”. No le importaban las conexiones ni las influencias de las obras, lo que le interesaba era el fuego de la creación que dio forma a esas obras: “los embotellamientos diarios en la autopista de Long Island, le son más útiles al happening que Beethoven, Racine o Miguel Ángel”. Kaprow fue un des-artista: su obra consiste en guiones (o instrucciones) para realizar tareas domésticas, eran funciones íntimas alejadas de las idea del espectáculo, del espectador y del teatro. Nadie las ensayaba, nadie las veía: sólo sucedían de la misma manera que cada mañana encendemos la cafetera o nos cepillamos los dientes.
Ensayo sin título y otros happenings (Tumbona, 2013) reúne algunos de los textos teóricos que el mismo Kaprow escribió para explicar sus ideas, junto con el guión de algunas piezas que él mismo dirigía. Ensayo sin título fue originalmente publicado en la colección de panfletos de Something Else Press, una editorial de vanguardia radicada en Nueva York en los años 60 que publicaba plaquettes de artistas experimentales como Dick Higgins, Diter Rot y David Antin —quien publicó su Autobiografía en esa editorial y de la cual traduje algunos fragmentos—, muchas de las cuales aún no han sido recuperadas en su totalidad en Estados Unidos. Tumbona se ha dado a la tarea de rescatar algunos de esos documentos regados en las bibliotecas en su colección “Anómalos”, la cual publicará todo el archivo Fluxus que está comprendido por algunos artistas como Nam June Pak, Higgins, Spoerri y George Maciunas, entre otros. Hay que aplaudir esa voluntad.