Los meacuerdos de Margo Glantz
Tempe, 27 de agosto de 2014
Querida Margo,
le escribe un anónimo y fiel lector suyo con cierto sonrojo en las mejillas, con se rubor apenado de quien se para frente a alguien admirado. Sobre todo, cuando el tema de la conversación es acerca de esa persona, de lo que hace y conoce mejor. Ha de estar usted acostumbrada a este tipo de gestos tímidos y me disculpo si todo lo que digo son meros lugares comunes para justificar e introducir esta carta.
Acabo de leer su más reciente libro, Yo también me acuerdo, con mucho interés no sólo por su obra, sino también por la de Joe Brainard y por su puesto Georges Perec. Como usted, guardo mucha fascinación por este último escritor, he leído casi todos sus libros con pasmo y morbo y lo revisito cada que tengo oportunidad. Y no sólo de Perec: con usted tengo mucha afinidad porque los autores que más le gustan fueron, en una etapa temprana, autores que me obsesionaban, entre ellos Bataille y Roland Barthes. Por eso conseguí su libro con premura, quería saber qué tenían en común los tres, qué habían hecho diferente, en cuáles recuerdos coincidirían y cómo abordarían el proyecto.
De entrada, la coincidencias entre I Remember de Brainard y Je me souviens de Perec es que ambos son experimentos de vanguardia —no es que el suyo no lo sea, sino que al ser tardío es más bien un homenaje—: uno enclavado en la total experimentación del arte conceptual de la década de 1970 y el de Perec dentro de toda su obra experimental a partir del OULIPO. Las vidas de estos artistas sin embargo fueron diferentes: Brainard nos habla de la vida de un chico clasemediero en los dorados años cincuenta de Estados Unidos, una época de renacimiento cultural, pero también de exacerbado puritanismo y conservadurismo político. De hecho, I remember narra la transición sexual de Brainard, sus fallidos intentos heterosexuales y sus divertidas anécdotas ya como gay. El libro de Brainard es ameno, espontáneo y chistoso la mayoría de las veces, se lee de una sentada en una tarde y para la siguiente mañana uno puede seguir riendo.
Perec, por otro lado, no es tan divertido: varios de sus recuerdos tienen que ver con sus experiencias traumáticas, con su padre muerto en la guerra, su madre desaparecida en Auschwitz, su orfandad y sus memorias literarias. Los 480 recuerdos que registra en Je me souviens —él los enumera, a diferencia de Brainard, como lo hizo con su libro de sueños titulado La boutique obscure. 124 rêves— abarcan desde sus diez hasta los 25 años de edad —más o menos de 1946 a 1961. Otra diferencia con I Remember de Brainard es que, mientras el norteamericano se enfoca en lo íntimo, acá se elide casi todo lo referente a la vida privada del autor. Perec, hablando de su libro, dijo que no intentó repertoriar recuerdos personales, ni mucho de una memoria social, sólo se trata de —lo traduzco también— “pequeñas piezas cotidianas, cosas que, en tal o cual año, las personas de una misma generación vio, vivió o compartió, y que o bien han desaparecido o han sido olvidadas”, y por lo tanto no merecen ser parte de la Historia ni del diario de un hombre famoso o fuera de serie. A Perec no le interesaba registrar lo recordado, sino lo olvidado. Su principio fue simple, “intentar buscar un recuerdo casi olvidado, casual, banal, común”. Casi inventado. Existen algunos recuerdos, sobre todo los inmediatos a la posguerra que son, según Perec, “objectivement faux”, es decir ficticios.
Margo, creo que su libro en este sentido es más cercano al de Perec que al de Brainard: sus recuerdos son nítidos y elaborados, va dispersando su memoria como un rompecabezas y, como Perec, elide todo dato intimista. Sus recuerdos no se acotan a los biográfico, también abarcan lo intelectual, y pasa de una caída dolorosa que le causó daños físicos a un pasaje aprendido de memoria de Bataille, Barthes, Markson o algún otro autor. Yo también me acuerdo es un experimento de la memoria a una edad donde la memoria no es un estilo sino una experiencia, donde lo ficticio y lo facticio, lo vivido y lo imaginado dan como resultado la radiografía de una de las mentes más brillantes que he leído. No tome mis halagos ad hominem —o debiera decir ad mulierem—, sino como valuaciones netamente intelectuales —si acaso pudiera separarse una cosa de la otra— porque en su vida usted ha sido testigo de cambios telúricos en el mundo y en México.
Una de sus preocupaciones es el Alzheimer, lo dice en varios meacuerdos, y creo que su libro es estimulante en un momento en que la vida cotidiana se vuelve un reto, desde las tareas elementales y hasta las menos, como la escritura. Leí su libro como un ejercicio, pero asimismo también como un desafío en el que se ve a una autora sin ataduras, desenfadada y prolífica. Salvador Elizondo, a quien conoció estando en Italia en 1956, solía citar frecuentemente las palabras de Gracián que dicen que la vida se divide en tres partes: en la primera etapa se habla con los muertos, en la segunda con los vivos y en la última con uno mismo. Si en Las genealogías dialogaba con los muertos ahora Margo Glantz habla consigo misma, usted es su materia.
Los recuerdos que más disfruté fueron los de sus innumerables viajes, los de sus obsesiones literarias y por último sus comentarios socioculturales, en ese orden. No sé si noto que algunos recuerdos se repiten, incluso literalmente, y lejos de ser este un defecto, forman parte del experimento de la memoria, de sus trampas y laberintos. Me pregunto si fue por esa razón que optó por no eliminarlos.
Y, por último, Margo, me gustaría señalarle que la extensión del libro —son casi 400 páginas— tal vez sea algo que va a molestar a más de un lector a pesar que no se sienten, se avanza rápidamente la lectura, pero los críticos de hoy, sumergidos en el mundo dominado por la exigencia de productos de alta calidad para su consumo, verán esto como un defecto.
Quedo en espera de su próximo libro sobre los dientes, Margo. Y de los que le sigan.
La saluda anónimamente,
F.