Respuestas impertinentes a preguntas pertinentes sobre la crítica

Recientemente, en el ambiente literario, la crítica ha cobrado más relevancia que cualquier otra discusión. Esto es sano, porque es necesario discutir lo que se lee y cómo se lee, y lejos de representar algo aburrido, destinado a un público especializado o de una élite, el cuestionamiento de la crítica literaria es un ejercicio eminentemente político porque explora la forma en que la gente o determinado grupo social se apropia de la literatura o de cierto tipo de literatura. Ya lo dijo Salvador Elizondo: “¿Quién puede negar que los más altos momentos de la literatura de todas las naciones coinciden con el ejercicio crítico más exhaustivo y con el análisis más agudo del fenómeno literario?”

Como una forma de aportación al debate, me permito aquí contestar preguntas que me han hecho o que he visto que son comunes en cuanto a la crítica literaria en México, tanto en las redes sociales —sobre todo en Twitter, donde las cosas están candentes— como en conversaciones de sobremesa. No pretendo menospreciar a ningún crítico, al contrario, tómese esto como una defensa de su oficio aunque no estén de acuerdo con mis respuestas.

¿Qué lugar ocupa la reseña en la crítica actual?

Ocupa el lugar más importante, pero no necesariamente el más ideal. Muchos me han preguntado la razón de mi desdén por la reseña. En primer lugar, no desdeño la reseña, pero no la considero la mejor forma de ejercer la crítica; al menos, cuando hablo sobre un libro, no me importa evaluar la obra, prefiero desarrollar una idea, ensayar, no “reseñar”. A más de ello, veo más vicios que virtudes en la reseña que se practica hoy en día. Me explico en las siguientes respuestas.

¿Qué es una reseña y cuando surge?

La reseña es algo muy nuevo en nuestra historia literaria, surgió con el desarrollo de los medios de comunicación impresos en el siglo xix —recomiendo la lectura de Benjamin en este sentido— y ha sustituido otras formas de interpretar la literatura. Antes la crítica se presentaba en forma de Cábala, interpretación de las escrituras, el diálogo (platónico), la glosa, el comentario, cartas e incluso traducciones —recordemos que Baudelaire introdujo en Francia a De Quincey a través de una traducción comentada en Les paradis artificiels—.

¿Por qué es tan común la reseña?

Lanzo una tesis (o disparo) al aire: porque la novela es el género más consumido en la actualidad y la reseña es su complemento; basta contar el número de reseñas dedicadas a la poesía o al teatro o al ensayo para no rebatir este punto. A pesar de ser un género que ha brindado páginas excelentes, en lugar de sustentarse en un modelo propio de expresión, la reseña se rige por valores ajenos a sus juicios estéticos: la periodicidad, la novedad y la ideología del director de la revista o periódico. ¿Cuántos casos de divergencias y censura hemos visto a lo largo de la historia entre críticos y directores de revistas?

Desde el momento en que la reseña da señas —resume, ofrece pistas, algo somero— de la novedad, ya existen limitaciones de interpretación o de juicio. Lo cual no está mal, pero si escribiera una reseña sobre El idiota de Dostoyevsky simplemente no me alcanzarían los caracteres para hablar de esa o cualquier otra obra clásica; además, ¿qué de nuevo se puede decir, en tres hojas, sobre Dostoyevsky, o Camus, o Woolf? Cualquiera de estos autores exige otro tono, otra longitud, una meditación y una lectura más profunda. Cuando escribimos sobre un autor(a) clásico, tendemos a interpretar; cuando reseñamos, especulamos: es posible que ni el reseñista ni el autor reseñado sobrevivan ni lleguen a la lista de lo mejor del año.

La reseña se traduce, en última instancia —y cualquiera que niegue ignora las manos negras que mueven el mercado editorial hispano—, en una ganancia para las editoriales. Lo que les importa es que se hable de sus libros, no importa si mal o bien, cualquier cosa vende; y como las editoriales, al menos las más prestigiosas, sólo están interesadas en publicar novela, el reseñista se limita a comentar lo que le paguen (ya sea por especie o monetariamente) para comentar. ¿Hasta qué grado entonces hay una libertad creativa en la reseña?

¿Qué hay de las polémicas surgidas a partir de las reseñas?

Todas son pertinentes, pero ¿cuánta trascendencia puede tener una polémica de ese tipo cuando, inmediatamente después, a la siguiente semana, urge hablar de la otra novela, de la otra novedad? La reseña es un medio que se beneficia de los medios electrónicos, donde la información fluye rápido y nada parece tener trascendencia.

¿La reseña, entonces, es nociva para la crítica?

En lo absoluto, simplemente es la forma como institucionalizamos la literatura, así como lo hicieron en otras épocas; sin embargo, ignorar los datos que acabo de nombrar nos ayuda a comprender las virtudes y desventajas de ese género. Yo no descalifico a los reseñistas, lo único que digo es que son necesarios más libros de crítica que reseñas que nos llevan, la mayoría de las veces, a ninguna parte o a la repetición hasta el cansancio sobre lo que se dice de una sola obra.

¿Qué relación tiene la crítica académica con la crítica de divulgación de revistas, periódicos y suplementos culturales?

Para empezar, son dos campos totalmente distintos y cada uno tiene una función y asimismo sus vicios, como todo en la vida. Decir que una es más cerrada y elitista que la otra es totalmente ingenuo: no veo a las grandes masas de obreros comprar Letras Libres ni Nexos cada mes, ni libros de teoría literaria, ni mucho menos indignarse porque alguien escribió una reseña adversa a Roberto Bolaño; por otro lado, los tirajes de libros son ridículos en un país de más de 120 millones de habitantes. Recientemente, en unos comentarios que leí en Twitter, en la pasada Feria del Libro del Palacio de Minería, el libro más vendido rozó los 400 ejemplares; esto es una prueba de que acusar a la crítica y a la academia de elitista es un prejuicio: el problema radica en otra parte.

¿Qué se hace en la crítica académica?

La crítica que se practica en la academia es pedagógica e investigativa, le interesa especialización y la panorámica del fenómeno literario a través de la historia, la política, la sociedad, la raza, la lengua y un gran etcétera. Desdeñarla es totalmente injusto: sin ella, por ejemplo, no podríamos entender bien el contexto de Sor Juana, no podríamos tener biografías de los escritores que nos gustan, quién rastrearía las cartas de los autores para publicarlas, cómo nos habrían llegado íntegros y fieles los textos de Homero. Todo este trabajo lo realizan los académicos e insistimos en negarles el reconocimientos que merecen. Las trampas de la fe hubiera sido imposible sin todo el trabajo previo de académicos y del cual sacó muy ben provecho Octavio Paz, a veces sin dar crédito.

¿Es aburrida la crítica académica?

Sí y no, un buen análisis nunca es aburrido y muchos textos académicos tienen más valor que una reseña mal  argumentada. De hecho, muchos académicos tienen mejor prosa y argumentos más claros que algunos de los reseñistas que leemos cada semana en los suplementos y revistas.

¿Quiénes leen la crítica académica?

Es lugar común decir que nadie revisa las revistas ni los libros académicos. En la poca experiencia que tengo como estudiante y profesor, he compartido aulas con jóvenes de toda clase social, con obreros, con señoras burguesas, con especialistas y hasta albañiles que buscan, cada uno, algo diferente en la literatura. ¿Ellos les parece que son nadie? Soy de la idea que todo mundo debe tener acceso a la universidad y aseverar que nadie lee la producción académica es sostener una idea elitista de los recintos universitarios: ahí llegan personas/lectores de todo tipo. Además, ¿quiénes compran la mayoría de los libros en México?, ¿quiénes invitan a los escritores a viajar y a dar conferencias y les hacen homenajes? Los lectores y estudiantes académicos.

Pero la academia ha desatendido su conexión con la sociedad…

Mejor preguntarse: ¿realmente es la institución académica o es el sistema político el que ha mantenido el cerco sobre la academia humanística? La historia nos ha demostrado que la academia no se queda en las aulas solamente. Durante los movimientos de 1968 y principios de la década de 1970, en Francia, los estudiantes de literatura sacaron toda la teoría a las calles e incluso se sintieron traicionados cuando el crítico más importante del momento, Roland Barthes, no salió a protestar. La famosa frase que los estudiantes consignaban, “Las estructuras no salen a la calle”, significó el fin del estructuralismo y el inicio de una nueva etapa en el sistema crítico de Barthes.

Espera, volviendo al punto anterior, ¿por qué la crítica mexicana necesita libros y no más reseñas?

Esta es una postura personal y constantemente me han cuestionado al respecto.

Muchas veces olvidamos que la crítica literaria tiene origen en la filosofía, proviene de una de sus ramas llamada estética. Los grandes críticos que moldearon nuestra forma de entender no solamente la literatura, sino también la realidad, todos tienen un trasfondo filosófico que los sustenta, y todos los filósofos alguna vez en su vida escribieron y han escrito sobre arte. Los más famosos ahora, como Harold Bloom y Terry Eagleton, vienen de dos escuelas diferentes, uno de la deconstrucción y el otro del marxismo y la Escuela de Frankfurt respectivamente. Roland Barthes salió del estructuralismo, Lukács del marxismo, Auerbach de la hermenéutica, Said del poscolonialismo. La lista es larga.

¿Debe un crítico necesariamente citar autoridades para validar sus puntos?

Tenemos un miedo irracional por las citas cultas: apenas vemos las comillas o los nombres de Aristóteles, Heidegger o Rancière, tomamos la actitud de descalificar o de inculpar al crítico de soberbia. Y esto es común incluso dentro de la misma crítica. En un interesante ejercicio llevado a cabo por Gaceta Frontal, los críticos entrevistados acerca del estado actual de la crítica mexicana, apenas y nombran a los grandes críticos de la historia. Que el crítico provenga de una escuela de pensamiento no significa que deba generar un sistema estructurado o dogmático, ni mucho menos que diseque las obras de acuerdo a sus intereses. De hecho “sistema” o lo que se conoce comúnmente como “teoría” es una palabra muy pesada, mejor llamémosle poética. Como el escritor, un crítico debe fundar una poética, una forma de entender la literatura y la cultura de su tiempo —pues pensar que el crítico solamente explica libros es un error—.

Para lograrlo, el libro es imprescindible: en él el crítico debe ser capaz de explicar y argumentar, de comprometerse con la sociedad —sí, los críticos literarios también han sufrido persecuciones, recuérdese a los formalistas rusos exiliados en Praga—. De la misma forma que un escritor no puede llamarse escritor si no publica libros, si no entra en interacción con la comunidad, si no tiene una presencia con un trabajo —aunque sea póstumo— que lo reconozca como autor, un crítico tampoco puede llamarse así si no publica un libro: en él no debe atender al deadline de la revista, ni al número de hojas o caracteres, ni al gusto de su jefe o de la editorial que lo contrata; no, el crítico en un libro atiende a su propia libertad creativa e imaginativa. En un ensayo largo veremos qué tan capaz es el crítico de generar una pensamiento independiente, qué tan comprometido está con su oficio fuera de parámetros ajenos a su imaginación y, en la medida que logre esto, generará una poética.

Y no, no cuenta compilar reseñas para formar un libro, que es lo más común en México; sin embargo, con esto no quiero decir que no se pueda construir una poética a través de reseñas: si eres un lector agudo y puntilloso, es posible que lo logres, sólo recuerda que los grandes críticos procedieron de otra manera: publicaron reseñas, pero sustentadas en una poética previa.

Un momento… ¿qué hay de los escritores que escribieron reseñas?

Escribir reseñas para un Borges o un Reyes está bien, pero muchos de los que nos dedicamos a este negocio no somos Borges ni Reyes. Ellos eran autores con una poética, con una forma de entender su oficio; en escritores como ellos, la reseña es una parte de su obra, hablan de sus gustos, de sus influencias, de sus posturas ante la novedad y lo clásico. De aquí muchos artículos de Borges en realidad sean blandos en sus argumentos y prefiera a autores menores la mayoría de las veces e incluso desdeñe a la literatura francesa: al escritor no tiene como exigencia la especialidad, porque su obra crítica inmediatamente pasa a ser parte de su universo personal, de sus obsesiones y posturas.

¿Por qué los críticos y los escritores son incompatibles?

Este es otro lugar común. Si los escritores realmente odiaran la crítica, ni si quiera ellos mismos la ejercieran. Ejemplos: Vargas Llosa escribió sobre Flaubert en La orgía perpetua y más tarde Julian Barnes publicó después Flaubert’s Parrot, un libro similar, pero en mi opinión muy superior al del peruano, y en donde literalmente asevera que odia a los críticos. En Latinoamérica, hasta hace algunas décadas, teníamos la figura del “hombre de letras” tipo Borges: un opinólogo que tiene una presencia mediática múltiple, habla lo mismo de fútbol, de política, de cultura popular (en México todavía sobreviven algunos como Villoro y Volpi) y por su puesto de crítica; es decir, la crítica estaba en manos de los mismos escritores. Hoy, ante la falta de otros recursos, sobre todo en México, es casi imperativo que los escritores opten por la academia o la crítica en periódicos y suplementos. No obstante, conforme esa figura del “hombre de letras” se disipa, han surgido muchos críticos jóvenes que deben enfrentarse a un terreno casi yermo, con pocos modelos a seguir en el oficio.

¿Por qué no se mencionan las mujeres en la crítica literaria?

Moría de ganas por que preguntaran esto. Si las escritoras son discriminadas la mayoría de las veces, imagínense las críticas. Si los críticos son el objeto de odios y rencillas, imagínense las mujeres lectoras, son totalmente ninguneadas. Y sí, ha habido críticas importantes en la historia. En el siglo xix, en Latinoamérica, una de las lectoras más modernas fue Carmen Arriagada, la amante del pintor alemán Mauricio Rugendas, quien le proveía de los libros más recientes de Europa. A través de cartas dirigidas a Rugendas, Arriagada comentaba libros, los evaluaba, los criticaba, hablaba de Balzac, de Hugo, de Baudelaire como ningún otro lector de su tiempo. Occidente descubrió a Bajtin a través de una mujer: Julia Kristeva, la traductora y promotora de su obra en los círculos intelectuales de Francia. Beatriz Sarlo es tal vez una de las críticas vivas más agudas que tenemos en español, porque no solamente ayudó a formar una izquierda de vanguardia en Argentina a través de su revista Punto de Vista, también descubrió y promocionó a autores tan importantes como Juan José Saer. En México, por nombrar un ejemplo, Margo Glantz tiene una carrera crítica insoslayable y gracias a ella aprendimos a leer a Sor Juana desde otras perspectivas que no fueran las de Paz.

¿Qué tan conservadora es la crítica mexicana?

Mucho, muy conservadora. Seguimos pensando, a partir de las preguntas anteriores, que el crítico se limita a comentar libros, cuando en realidad su actividad tiene —o tenía hasta hace unas décadas— una función política importante. Seguimos con la idea de que la crítica debe ser ensayística, validarse por el estilo tipo Paz, y no por las ideas sociales o estéticas o por lo que está mucho de moda ahora, que son las cuestiones de género o sexo o raza. Escribir sobre eso muchas veces se tilda de demagógico, como si la estética y el estilo no implicaran lo social. Revisemos las reseñas: ¿cuántas de ellas realmente abordan y conmueven las visiones políticas de los lectores? Hablan de lo inverosímil, del gusto, de la maestría del novelista, de los homenajes; y los suplementos y revistas le dan la vuelta a los mismos temas cada año, los aniversarios de los autores y de las obras; las entrevistas se limitan a lo personal e íntimo del escritor, no se cuestiona realmente ni su calidad social o su postura estética. Las listas o listicles que importan un nabo: las 10 obras más importantes del año, las lecturas imprescindibles de fulanito, los diez consejos para escribir de menganito, etcétera. En el peor de los casos, la crítica es un lugar de salutación entre los amigos, ahí se elogian unos a otros; o, si son enemigos, el lugar del duelo y el desquite. El juicio, casi nunca les importa. La crítica está en una zona de confort y reconocimiento, cuando en realidad la crítica es un juicio que tiene origen, etimoleogicamente, en una crisis.

¿Tienen más preguntas? Con mucho gusto las contesto.

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